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Editorial Dunken - Librería on line

lunes, 28 de septiembre de 2009

Recordaciones



Uno de los recuerdos más dulces asociados con mi infancia es ese personaje tan especial en mi vida: Mi Papá

Él, tan aventurero, alegre, cómplice, llenó mi vida con fantásticos cuentos y travesuras compartidas. Su comportamiento vivaz, compinche y jovial lo hacía integrarse a sus hijos como un chico más disfrutando de una tarde de sol o armando un barrilete. Recuerdo como revivía su misma infancia haciendo juguetes caseros armados por él, así era mi padre.

Entre las muchas cosas que evoco, una en especial me trae la nostalgia de su mágica presencia.
Eran esos días fragantes de glicinas y madreselvas de vacaciones en que, para salvarme de la odiosa siesta, (cumplida con rigurosidad por mi mamá), venía a buscarme para hacer esa tan esperada excursión.
Era nuestro gran secreto, nuestro plan. Todos los días a la misma hora, salíamos caminando de casa e íbamos a la estación del tren. En la vía mi papá ponía una moneda y veíamos como ese monstruo de hierro, grande y ruidoso, arrasaba con nuestro tesoro dejándolo finito y tibio como una hostia. En realidad, yo sólo era espectadora, porque ese juego “era cosa de grandes” y yo tenía prohibido pisar las vías. Sin embargo, la moneda de los prodigios quedaba en mi bolsillo como premio del día.

¡Cuántas historias como esta pasaron por mi niñez respaldadas por mi papá!...
Él se encargaba de hacer realidad mis sueños como quien saca palomas de una gran galera de mago. Y en nuestras largas caminatas de las siestas estivales cobraban vida todos los personajes de sus cuentos y me parecía transitar una hermosa ciudad de hadas... los árboles no eran árboles sino fantasmas, duendes, guerreros, gnomos.... y cuando ya mis piernas de niña no resistían más por el cansancio, vos, papá, inventabas juegos y trucos para distraerme. Así, el largo viaje se acortaba y el cansancio se desvanecía.

De regreso pasábamos por la plaza; – ¿Pa, me llevás a la hamaca? y así, remontándome en ella, el parque se convertía en una gran selva y la fuente era una cristalina cascada habitada por animales con los que protagonizábamos peligrosas aventuras, todas con final feliz.
Papá; cuando me dejabas en mi cama y te veía perderte por la puerta de mi cuarto, mi imaginación soñaba con las andanzas que compartiríamos al día siguiente...

Y recordándolo, mi mano acaricia nuestro tesoro: la moneda maravillosa.
El paso de los años encorvó tu figura, pero no pudo doblegar tu carácter hermosamente alegre. Sí, te convertiste en el “abu” y mis hijos disfrutaron con tu presencia.

Así, un luminoso día de noviembre, en que el verano ya se anunciaba, un ángel de luz vino a buscarte y te llevó muy junto a él, a ese lugar al que van “los buenos de este mundo”, y se elevó así tu alma con una profunda sonrisa de paz... para que nosotros no pudiéramos olvidarla jamás.

¡Cuánto te disfruté papá...!
Al verte yacer inmóvil se me ocurrió pensar: ¿En tu largo camino hacia la eternidad, correrás carreras con los ángeles? y me dieron ganas de llorar…


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