¿Cómo empezar este relato?
¿De qué manera podría describirla?
A
ver, quizás si me remonto en el tiempo a… digamos, unos dos años y pico
atrás, esto que pretendo escribir cobre algo de sentido.
Me mudé de casa, pero mi nueva casa era eso, sólo una casa…
Extrañaba el calor de hogar. Y un súbito y ardiente deseo se apoderó de mí, quería, con imperiosa necesidad una mascota, un animalito bebé en quien volcar
todo ese instinto maternal que me acompaña desde que tengo memoria,(y
que evidentemente no había sido saciado por mis dos hijos y muchos sobrinos), y así fue como me puse a buscar cachorritos dados en adopción. No
quería comprar un perrito de raza, quería rescatar de la calle a alguno
que anduviera tan necesitado de “hogar” como yo, y así fue como Carmela
llegó a mi vida.
Me la dieron ya “bautizada” y no osé cambiarle el nombre, (todo sucede por algo y si ese era el nombre elegido para ella, por algo habrá sido). Cuando vi ese montoncito de carne y pelos tan diminuto que cabía en la palma de mi mano, se me encogió el corazón y me sentí totalmente enamorada de ella. La acomodé en el asiento del acompañante de mi auto, envuelta en un trozo de tela y en la misma cajita de cartón conque me la entregaron. No
se cómo logré llegar a casa ya que venía con un ojo en el camino y con
el otro en la bolita de pelos que lloriqueaba a mi lado.
La primera mañana que amaneció
en casa se trenzó en una batalla desigual con la pesada alfombra de mi
cuarto hasta que logró arrastrarla unos cuantos centímetros. Ese
fue el momento en que supe que mi perrita tenía un gran temperamento y
que seguramente su carácter también lo sería, sólo habría que encausarla
un poco. Pero nada me preparó para lo que sucedería con su ¿personalidad? ¿se puede hablar de personalidad en un perro? Jajajaja no lo se, pero no encuentro otra manera de referirme a ello.
Este pequeño animalito de cuatro patas logró sacarme de mi ermita, porque en eso se había convertido mi casa…
Al
llegar la primavera comencé a dejarla salir al jardín delantero y cuán
grande fue mi alegría al aprender a mirar el mundo a través de sus ojos
sorprendidos y curiosos. Día a día la veía crecer e interactuar con la
gente que pasaba, y un vínculo muy especial se fue estableciendo entre
ella y los vecinos del barrio.
Yo solía dejarla jugando allí, disfrutando del sol, y me dedicaba mientras tanto a hacer mis cosas en el interior de la casa. Cada
vez que miraba por la ventana para ver si todo estaba bien, veía a
Carmela parada en dos patas, moviendo la cola como poseída mientras
alguien, niño o adulto, la acariciaba a través de las rejas que la
separaban de la vereda y por ende del mundo exterior.
Una
tarde en que pretendí dedicarme a la jardinería con Carmela
correteando a mi alrededor, me llevé una sorpresa muy grande al ver como
ella intentaba llamar la atención de muchas de las personas que pasaban
por la vereda, no de todas, (noté que las escogía selectivamente pero
no pude dilucidar cuál era el criterio que usaba para su selección,
supongo que puro instinto, y jamás le falló), y a esos
“elegidos” les dedicaba todas sus gracias y toda su simpatía, (si, ya
se, muchos me dirán que los perros no tienen simpatía, pero yo les
aseguro que Carmela sí la tiene), y no se detenía hasta que la persona
en cuestión paraba y le dedicaba alguna caricia y palabra afectuosa,
hecho lo cual, ella se quedaba tranquila hasta que apareciera otro “elegido”. Me
resultó evidente que este ritual lo venía practicando desde hacía un
tiempo porque fueron varios los caminantes que se cruzaron desde la vereda de enfrente para saludarla y de paso preguntarme su nombre. Esto
me llevó a charlar unas pocas palabras con varias personas que para mí
eran desconocidas y dejar atrás mi lado ermitaño tan cuidadosamente
cultivado.
A partir de ese día se me ocurrió que debía ponerle una
chapita con su nombre, así “sus amigos” podrían nombrarla sin necesidad
de decirle pichicho o algo parecido.
Grande fue mi
sorpresa cuando unos días después, estando yo sola en el jardín, varios
chicos y no tan chicos se acercaron a preguntarme por Carmela.
Así
fue como tomé la costumbre de dejarla pasar un tiempo en el jardín del
frente sólo para que pudiera estar en contacto con sus “amigos”, ¡y qué
maravilloso fue esto!
Un mundo nuevo se abrió ante mí, uno que
jamás hubiera conocido de no haber sido por Carmela, la dulce, la
simpática, la juguetona Carmela, que seducía por igual a niños y a
abuelos, a jóvenes y no tan jóvenes, con los que invariablemente tenía
que hablar sólo porque ella los convocaba a su alrededor y yo estaba
allí, como una huésped no invitada, asistiendo a una fiesta que Carmela
auspiciaba jajaja.
Despierta en la gente que la conoce una ternura que quizás no sabían que tenían.
He
escuchado toda clase de conversaciones entre los chicos y ella, y he
mantenido otras tantas con vecinos cuya existencia, antes de Carmela,
ignoraba.
Una nenita llegó a decir que Carmela era su perrita
preferida de todo el barrio! Y esas palabras en boca de una criatura tan
chiquita me hicieron ver la vida de otra manera.
Algunos
se acercan con timidez y me preguntan cuando me ven sola en el jardín:
-¿y Carmela dónde está? A lo cual sigue una breve o no tan breve charla
en la que me entero de más detalles del hermoso carácter que mi querida
mascota.
Ya han pasado más de dos años desde que Carmela
llegó a mi vida y la modificó, claro, algunos dirán: -pero San, lo que
te sucede con respecto a Carmela es lo mismo que le pasaba al Principito con su rosa*- y quizás tengan razón, sólo que yo prefiero seguir creyendo en la magia que la rodea.
Aún no me acostumbro a lo que este animalito genera en los demás. Son
tantas las expresiones de cariño, de preocupación, de inquietud y de
ternura que veo en los rostros de esos seres antes anónimos para mí, que
no me va a alcanzar lo que me resta de vida para agradecerle a mi linda
perrita por haberme regalado este universo totalmente nuevo de amor y
de complicidad!!!
*El Principito y su rosa
Pero sucedió que el principito,
habiendo atravesado arenas, rocas y nieves, descubrió finalmente un camino. Y
los caminos llevan siempre a la morada de los hombres.
-¡Buenos días! -dijo.
Era un jardín cuajado de rosas.
-¡Buenos días! -dijeran las rosas.
El principito las miró. ¡Todas se parecían tanto a su flor!
-¿Quiénes son ustedes? -les preguntó estupefacto.
-Somos las rosas -respondieron éstas.
-¡Ah! -exclamó el principito.
Y se sintió muy desgraciado. Su flor le había dicho que era la única de su
especie en todo el universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de cinco mil.
Todas semejantes, en un solo jardín!
Y luego continuó diciéndose: "Me
creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa
ordinaria”.
Entonces apareció el zorro:
-¡Buenos días! -dijo el zorro.
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito.
-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-¿Qué significa "domesticar"?
- Es una cosa ya olvidada -dijo el
zorro-, significa "crear vínculos... "
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un
muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada.
Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros
cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos
necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti
único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me
ha domesticado...
-Vete a ver las rosas; comprenderás
que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un
secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni
ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se
diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es
único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes.
Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que
cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la
he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le
maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la
que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi
rosa, en fin.
Y volvió con el zorro:
- Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi
secreto, que no puede ser más simple : no se ve bien sino con el corazón; lo
esencial es invisible para los ojos.
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con
ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para
recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes
olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres
responsable de tu rosa...
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo.
(El principito, Antoine de
Saint-Exupéry)