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Editorial Dunken - Librería on line

lunes, 28 de septiembre de 2009

Para mi padre (en memoria)




En el invierno de 1999, mi padre, un hombre lleno de energía, de cincuenta y nueve años de edad, comenzó a escribir su autobiografía. Su deseo de expresar por escrito sus pensamientos y recuerdos llegó a ser casi una obsesión. En una ocasión rechazó una invitación a cenar diciéndome que tenía que trabajar en su libro. Yo me reí y le pregunté cuál era el apuro.
El apuro resultó ser un fuego interior. Terminó su libro a principios de diciembre, un mes después se descubrió que tenía Cáncer, y nueve meses después, había muerto. Del libro de mi padre: “He amado a mi familia, mis amigos, la naturaleza, los animales, la música, los libros y otras muchas cosas. Me será difícil decir adiós a mis seres queridos y a la belleza del mundo”. Leí por primera vez estas palabras rodeada de cajas para empaquetar en el cuarto de mi padre, al mes de su muerte. Traté de imaginar su rostro mientras leía, pero los recuerdos de los últimos dos meses, mientras se consumía lentamente, eran demasiado dolorosos y el sentimiento de pérdida era aún demasiado intenso. Cerré el libro, preguntándome si algún día me habría consolado lo suficiente como para volver a abrirlo. Una lluviosa tarde, cierto domingo, un año después que papá emprendiera el viaje definitivo, supe, de pronto, que había llegado el momento de recordar y de honrar su vida... y su muerte. También supe que era el momento de resignarme a la pérdida de la influencia más grande de mi vida. Durante un mes estuve revisando el cuaderno de notas que yo había llevado durante su enfermedad, y desde luego, el libro de mi padre. Al terminar de leerlos comprendí que papá ya no estaba perdido para mí; en alguna forma nueva y diferente, lo había recuperado para siempre. De mis notas: “Papá sigue asombrándome. Pese a lo que está ocurriendo en su cuerpo, (la enfermedad está aniquilando una función tras otra; hay una nueva pérdida cada día), sigue admirando la naturaleza y las pequeñas manifestaciones de vida que puede ver desde la ventana de su cuarto. Hay una gran Ficus enmarcado por el ventanal, y observa a los pájaros que vienen a posarse allí, o que desde allí remontan su vuelo. Hasta hace unos meses, se complacía en sentarse en el jardín trasero y arrojar miguitas de pan para alimentarlos... Sufre atrozmente, ya no puede sentarse porque se le dificulta la respiración. Hoy es el cumpleaños de su hermano, y con mucho trabajo, logró escribirle una nota. Algún día le contaré a mi tío del inimaginable esfuerzo que hizo su hermano para poder escribir esa nota. Una mañana en que abrí la ventana para renovar el aire del cuarto, me preguntó: ¿Está empezando a crecer el pasto? Aquella era una vieja broma entre él y yo. Cerré los ojos, y un recuerdo viejo, regresó a mí: Tengo cinco años de edad y he salido de casa en mitad de una noche de verano para ver crecer el pasto. De pronto, veo a mi papá a mi lado. En vez de enviarme de vuelta a la cama, viene conmigo. Yo nunca había estado levantada a esas horas, y me siento como en una gran aventura. Permanecemos allí sentados, en unas sillas blancas de jardín, escuchando cantar a las chicharras. “Mirá!” , dice mi papá señalándome una estrella fugaz, yo miro la luz en sus ojos... después me quedo dormida, con la cabeza apoyada en su falda. Aunque mi padre había aceptado su muerte inminente, yo no la había aceptado. Trataba de imaginar cómo curarlo. Él comprendió mi lucha, y como de costumbre me esperó para que yo lo alcanzara. Recuerdo con toda claridad la noche en que dejé de negarme a mi misma la gravedad de su estado. De mis notas: “Los tratamientos de radiación combinados con la quimioterapia, lo están matando, nos habían advertido que esto podía suceder, lentamente voy abandonando la esperanza de que vuelva a ser el de antes. Debo aceptar que va a morir.” Me di cuenta que él necesitaba hablar acerca de su vida, sostener el pasado como si fuese un globo y darle vueltas hasta que todos sus recuerdos surgieran a plena vista. Y así empezamos nuestra larga conversación final, añadiendo piezas al rompecabezas de la memoria, hasta que por fin, surgió un claro cuadro de su vida, a partir de los relatos dispersos. Y mientras hablábamos, mi papá se iba sintiendo más fuerte, no en el sentido físico, sino en algo que tenía que ver con que él era una persona y no sólo un paciente. Del libro de mi padre: “No he olvidado como ser joven, todas las esperanzas y angustias y la abrumadora sensación de que todo lo que hagamos servirá para mejorar o arruinar nuestras vidas. No hay término medio cuando se es joven, en realidad, nunca lo hay cuando se mantiene el espíritu joven”. (Y él lo mantuvo así hasta el último minuto de vida, fue un eterno Peter Pan) Mientras yacía en su cama de enfermo, papá tuvo un sueño y se despertó convencido de que acababa de ver cómo un hombre caía desde un techo. Todo aquel día sus pensamientos giraron en torno a una imaginaria caída. Me preguntó si yo lo atraparía en caso de que cayese. Lo tranquilicé:”No tengas dudas, por supuesto que te agarraré si te caés!. Todos aquellos años, cuando yo crecía, vos me agarrabas cuando caía. Ahora me toca agarrarte a vos”.

2009 copyright © derechos Reservados


1 comentario:

anaiv dijo...

San querida, lei esto y tb "recordaciones"...solo puedo decirte que tu papi estara con una gran sonrisa en su cara al leerte y seguramente correra carreras con los Angeles.
No puedo escribir nada mas...me llego muy profundo
Mi padre murio a los 58 anios.
TQM