Hubo un tiempo de paz. Un tiempo que se nos figuraba eterno. Un retorno cotidiano a lo familiar tan largamente soñado.
¡Un tiempo sin tiempo!
Nuestro cielo estaba lleno de gorgoritos y balbuceos.
La casa olía a pañales y risas.
Tus manos laboriosas se suavizaban para acunar nuestro tesoro pequeño y tibio.
Mi voz tenía el color de las nubes del atardecer.
Todo era leve…
Todo era inmenso…
Había música de Pinochos y Cenicientas y cada palabra guardaba magia y daba amor.
Nuestro horizonte tenía comienzo y fin (Iba de la puerta de entrada al parque trasero)
Pequeño universo de piernitas breves y pasitos cortos. De berrinches fugaces y siestas sin hora. De noches con sol y días de luna…
Mamaderas y papillas marcaban las horas mejor que un reloj, y el ritmo de nuestro cansancio iba al son de los pucheros y llantos.
Pero casi sin darnos cuenta los chupetes se hicieron ábacos que luego fueron crayones y después tinta indeleble…y demasiado rápido los libros para colorear se convirtieron en textos en aburrido blanco y negro.
Y los pasitos cortos ya no se escucharon.
Y la música de jacarandaes y reinas batata se escondió, asustada de saxos feroces y voces chillonas.
Y así, demasiado rápido, se amplió el horizonte. Se hizo sin límites…
Y nuestro cansancio no se acomodó en el hueco de la almohada…. (Se clavó en el alma)
Y crueles agujas marcaron el tiempo.
Y el tiempo de paz dejó de ser nuestro.
Fue tan sólo tiempo…
Tiempo tuyo.
Tiempo mío.
Tiempo muerto.
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