No creo en los aniversarios fúnebres. Y lo puedo decir en
voz alta hasta el cansancio y lo puedo escribir acá o en cualquier otro lugar y
lo puedo pensar tan fuerte como si lo enunciara en voz alta porque real,
sincera y verdaderamente no creo en los aniversarios de muertes. Ahí aparecen cosas de mi misma que no me
cierran. Dado que me importan tanto los cumpleaños, que considero infaltable el
brindis adecuado para cada año nuevo, que tengo una memoria infatigable para
las fechas redondas parece una rotunda estupidez que no crea en los
aniversarios fúnebres y, sin embargo, es
lo que es. (Quizás influye eso de que la fe no es algo que pueda razonarse,
¿quién sabe?)
Sin embargo, cuando llega un día tan difícil que me dura casi 72 horas de pena infranqueable y de cuerpo triste y cabeza embarullada. Cuando me sorprende a mi misma tener este humor tan particular que casi nunca me define. Cuando todo lo que habitualmente forma parte esencial de mi vida me cuesta tanto. Cuando me descubro pensando que me desconozco, aparece un calendario que me dice que otro año termina y descubro que es, otra vez, este fatídico día.
Sin embargo, cuando llega un día tan difícil que me dura casi 72 horas de pena infranqueable y de cuerpo triste y cabeza embarullada. Cuando me sorprende a mi misma tener este humor tan particular que casi nunca me define. Cuando todo lo que habitualmente forma parte esencial de mi vida me cuesta tanto. Cuando me descubro pensando que me desconozco, aparece un calendario que me dice que otro año termina y descubro que es, otra vez, este fatídico día.
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