Me desperté
llorando. Cuando chilla el despertador, cuando el día es pura promesa y la luz
asegura que el sol está saliendo y el clima es amigo y mi cabeza normalmente
canta canciones y yo debería sólo querer bailotear descalza hasta la cocina y
desayunar, justo cuando habitualmente refunfuño un poquito contra las
obligaciones que me impiden seguir soñando o dedicarme de lleno a disfrutar de
un café con leche con tostadas con manteca y dulce casero, me desperté llorando.
Y esa no soy yo, esa no quiero ser yo. Y no quiero responder al impulso de pensar que se me están pegando los hábitos ajenos que no me agradan. Y no estoy dispuesta a permitirme ser una persona que se despierta llorando. Y no pienso, ni por un segundo, sucumbir a la tentación de buscar en todas las cosas tristes u oscuras de mi interior para alimentar la ilusión de poder descubrir por qué un día, un precioso día, se me ocurre despertarme llorando. No voy a alimentar monstruitos internos ni a negar las penas que cargo ni a esquivar mis propios rincones oscuros.
Simplemente voy a salir al mundo, a descubrir que vale la pena seguir amaneciendo, a sentarme chinito, a respirar profundo y lento, a distender los hombros. Voy a poner música y a regalarme mimos mínimos y a elegir qué ponerme esta noche que combine con mis nuevos y adorables zapatos rojos. Voy a contarme a mi misma que sigo teniendo la misma asombrosa capacidad de reconstruirme y que todavía puedo, por gloria y gracia de mis carcajadas estridentes, llenar de luz mi oscuridad.
Y esa no soy yo, esa no quiero ser yo. Y no quiero responder al impulso de pensar que se me están pegando los hábitos ajenos que no me agradan. Y no estoy dispuesta a permitirme ser una persona que se despierta llorando. Y no pienso, ni por un segundo, sucumbir a la tentación de buscar en todas las cosas tristes u oscuras de mi interior para alimentar la ilusión de poder descubrir por qué un día, un precioso día, se me ocurre despertarme llorando. No voy a alimentar monstruitos internos ni a negar las penas que cargo ni a esquivar mis propios rincones oscuros.
Simplemente voy a salir al mundo, a descubrir que vale la pena seguir amaneciendo, a sentarme chinito, a respirar profundo y lento, a distender los hombros. Voy a poner música y a regalarme mimos mínimos y a elegir qué ponerme esta noche que combine con mis nuevos y adorables zapatos rojos. Voy a contarme a mi misma que sigo teniendo la misma asombrosa capacidad de reconstruirme y que todavía puedo, por gloria y gracia de mis carcajadas estridentes, llenar de luz mi oscuridad.
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