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Editorial Dunken - Librería on line

domingo, 16 de agosto de 2009






Hasta dónde se puede llegar?

Cuál es el límite?

Un momento digo basta, hasta aquí llegué, no necesito este dolor, no necesito esta angustia constante, no necesito sentirme usada y desechada a conveniencia. Y al momento siguiente siento todo lo opuesto, que en ese ser usada radica la razón de mi existencia. Que en ese dolor y angustia encuentro también la alegría y la llama para continuar viva.

¿Qué extraños poderes me manejan?¿ Quién mueve los hilos de mi pensar cual hábil titiritero? Por momentos veo todo con absoluta claridad, puedo ser objetiva y en consecuencia decidir poner el punto final. Al siguiente, una palabra o un gesto me vuelven a confundir y caigo otra vez en el limbo de la esperanza, esa que me torna una estúpida a vapor que da todo de si hasta secarse como una pasa al sol.

No creo que pueda seguir así mucho tiempo más. Me siento cansada hasta el agotamiento extremo. Caigo en la cuenta que las risas de ayer, una de las pocas constantes de mi vida, hoy son apenas tibias sonrisas y a desgano. No tengo deseos de estar con nadie, me impongo la presencia de mis amigos y afectos como quien recorre el patíbulo. No estoy bien. Algo en mi no está bien.

Soy la sombra de la que una vez fui y temo descender hasta ese lugar del que me fue tan difícil salir, soy consciente que si eso sucede no va a haber una segunda oportunidad, no va a haber salida…

Me miento a mi misma y justifico mi propio comportamiento en un infantil deseo de alcanzar en algún momento esa felicidad que no es para mi, que nunca lo fue y nunca lo será.

La gente que me rodea me dice cosas extrañas, hablan de mi como si yo fuera otra persona. ¿Qué ven? ¿Son ciegos acaso?¿ No se dan cuenta que ésta que camina y habla sólo atraviesa la vida sumida en un oscuro universo de ideas y pensamientos enroscados? ¿Qué son esas palabras que me dedican expresando sentimientos que es imposible que genere si sólo soy frío, desierto y soledad?

Ya no quiero salir de mi, me pesa cada paso que doy, me pesa dejar estas paredes que me conocen tanto, que han visto cada emoción que alguna vez tuve y que conocieron otra cara de este espectro que deambula de cuarto en cuarto sin sentido, sin motivos, sin nada….

Me refugio en la música.

La música me entiende, la música me rescata hasta de mi misma, la música me inunda y se me queda pegada a la sangre que recorre mi cuerpo, esa sangre que en noches de sufrimiento deseo ver huyendo de mí hasta sumirme en el sopor de la inconsciencia infinita y eterna.

Ya pronto.

Lo presiento…


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