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Editorial Dunken - Librería on line

domingo, 8 de abril de 2012

RECUERDOS DE INFANCIA



Un antiguo recuerdo me asalta, me toma por sorpresa. Es un hecho en apariencia insignificante, pero visto en con los ojos del hoy, cobra sentido y hasta se torna esclarecedor.

Durante las siestas de una primavera, muy lejana ya, en la que yo no tendría más de trece años, me dediqué a salvar del obligado sueño de la tarde a un pequeño grupo de vecinitos de entre cinco y diez años, llevándolos a caminar por los confines de nuestro barrio que en esa época consistía en unas cuantas casas rodeadas de grandes jardines, una escuela, una plaza qué sólo tenía un par de hamacas y un ruidoso sube y baja, un almacén grande, la panadería de Perín y nada más. Ah, sí, casi me olvido de algo importante: ¡estaba la bicicletería de “Emilio”!. ¿Qué hubiera sido de la banda de chicos y sus bicicletas sin este mago de los gomines y los rayos doblados?!!!

En esas perezosas tardes de primavera, mientras el barrio dormía su modorra, estos chiquitos y yo, que apenas los sobrepasaba en edad, nos íbamos a explorar el mundo que nos rodeaba. Llevábamos unos palitos a modo de bastones para ayudarnos en los tramos más escabrosos del terreno, (sólo en nuestra imaginación, porque a lo sumo encontrábamos algunas piedras sobre las calles de tierra donde el polvo suelto se acumulaba en forma de seco colchón hasta que alguna lluvia lo tornaba en barro y charquitos donde chapotear), las cantimploras de rigor y los más glotones llevaban alguna fruta.

¡Esas caminatas eran puro placer! Los chicos cantaban las canciones que habían aprendido en la escuela o de sus madres y abuelas y todos me seguían por los caminos que yo buscaba y que trataba de variar día a día para que no se aburrieran de las expediciones.

Cuando llegábamos al destino elegido para ese día, nos sentábamos en el pasto y nos sacábamos las zapatillas llenas de piedritas y tierra suelta. Y así, felices y relajados se entregaban a mí.

Si, jajajaja, puede sonar muy raro esto, pero era tal cual lo acabo de decir. Se entregaban a mí, a mis palabras. Y este es el recuerdo que tan vívidamente se me presentó hace unos instantes y que decidí escribir.

Es evidente que allí comencé a despuntar mi afición por la narrativa y la creatividad literaria.

A lo largo de un par de horas, me convertía en la inventora de las más extrañas historias, ¡y ese grupo de niñitos me escuchaban encantados! Aún me parece oír sus vocecitas y sus carcajadas y no puedo evitar que un nudo muy apretado me atenace la garganta, porque los años pasaron, y un par de esos niñitos ya no están en este mundo…

A algunos de ellos, hoy ya hombres grandes con sus propias familias formadas, continúo viéndolos, y me pregunto si quizás, tal vez…recuerden aquellas tardes de primavera tan lejanas… en las que comenzó a florecer mi vena literaria.

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