Libertad.
Subirme al auto y como en un breve ritual, girar la llave en el contacto, encender el reproductor de música, las luces, ajustarme el cinturón de seguridad y darle marcha atrás para sacarlo de la cochera…y ahora: ¡el mundo!
Sí, mi pequeño mundo particular y privado delimitado por cinco puertas, ventanillas, parabrisas y luneta. Tan pequeño y tan inmenso como para darme la más maravillosa sensación de libertad e intimidad al mismo tiempo.
Me basta con recorrer unos pocos kilómetros desde mi casa para encontrarme en la ruta, rodeada de campos interminables y de un horizonte que se colorea según la hora del día.
No sé si les pasa a muchos o a pocos, pero al menos para mí, no existe mejor lugar donde encontrarme conmigo misma que cuando conduzco sin rumbo y sin tiempo, siempre acompañada por la música que varía conforme cambian mis estados de ánimo, y estos lo hacen con increíble velocidad aún a mi pesar. Según sea el derrotero de mis pensamientos, puedo pasar de la euforia más grande a la tristeza más profunda casi sin transición. Puedo cantar con mi voz de gallo madrugador hasta quedarme ronca o llorar con tanto desconsuelo que tengo que detenerme porque llega un momento en que las lágrimas no me dejan ver.
Y todo esto es posible sólo en la intimidad de mi auto. Allí soy libre y siento que nada puede abatir el aleteo de mis alas siempre ansiosas de volar lejos.
La libertad y la independencia me son esenciales. Sin ellas no tendría vida; todo carecería de sentido.
Cuando algo me altera, me perturba en ese equilibrio y paz interior que tan afanosamente construyo día a día, me instalo tras el volante y conduzco…y así como pasan los números en el cuentakilómetros, pasan en mí los sentimientos que me desbordaron…me aquieto por dentro… y por fuera.
Pero por otro lado, cuando estoy tan feliz que reír no me alcanza, también es tras el volante que puedo dar rienda suelta a esa locura de alegría y euforia que, obviamente, necesito encausar para que no me descentre de ese eje de equilibrio que mencioné anteriormente.
En mi auto puedo sentirme “en casa”. Cada cosa que allí se encuentra tiene mi sello y su porqué. Son mis aromas, mis letras, mis notas musicales. Es mi ordenado desorden donde sólo yo sé dónde está cada objeto y me muevo entre ellos como pez en el agua.
El automóvil es el ámbito más pequeño y privado que podemos tener, y todo aquel que valora su independencia y libertad seguramente siente como yo con respecto a su auto. Aunque para quienes no conducen esto pueda parecer una idiotez, sé que muchos compartirán mi manera de sentir!
2012 copyright © derechos Reservados
No hay comentarios:
Publicar un comentario