–A través de la experiencia de su larga reclusión, ¿piensa
que hubo alguna evolución en las técnicas psiquiátricas? (…) ¿Es una
desmesura imaginar en este lugar a un psiquiatra que ve en los ojos de
su paciente la luz sin mácula y a la par desgarrada de la poesía?
–¿Ver la luz celeste de la poesía en la oscuridad perversa
de un infierno…? Sólo Dios, o los ángeles podrían hacerlo. Me cuesta
hablar de la realidad del hospital en forma tan directa, particular. No
se olvide de que para la sociedad sigo siendo un loco, un incapaz de
buenos juicios. Que debo, al menos en lo formal, aceptar el orden que se
me impone, por injusto que sea. Es que no tengo defensas. Ya no existo
para el mundo exterior; soy –aunque yo sé bien lo que en realidad soy–
un poquito más de esa basura que se aparta para que no hiera con su
hedor. Eso sí, por lo que yo puedo testimoniar en carne viva, diría que
la psiquiatría vigente no merece ser tratada ni analizada como ciencia.
No han ido más allá del castigo indiscriminado, del electroshock o la
receta de pastillas. En cuanto a saber del espíritu, nada, nada. ¿Pero
acaso podríamos pedirle a la psiquiatría de hoy que entienda lo que es
un poseso en la filosofía de Platón? Aun así debemos tener compasión por
las ciegas criaturas que nos dañan. Y paciencia: paciencia del amor y
del llanto…
-¿Qué hace aquí? ¿Por qué sigue aquí? ¿Han leído los
médicos su poesía? ¿Hay algo más certero que la poesía para conocer la
verdad profunda de un hombre?
–Usted cree demasiado en la poesía, le espera una vida
difícil. Yo también creo, pero desde la resignación. El misterio de la
poesía nos saca de la influencia de la carne y nos permite esperar la
noche divina. Soy un poeta que ya no busca las palabras, sino el verbo;
pero para los médicos y los jueces, para su cruel simpleza, sigo siendo
un enfermo mental. Sin embargo, para mí, la sociedad en su conjunto está
trastornada. Gran parte de la gente padece de problemas mentales, en
especial los psiquiatras, los gobernantes, los hombres del poder. ¿Es
que alguien sabe lo que es el alma, lo que es el intelecto? ¿Es que
alguien ama a su prójimo como a sí mismo? Los que ven a un preso, ¿miran
al preso? Los que vienen al hospicio, ¿miran al loco?*Fragmento de un diálogo que tuvo lugar en 1968, en el Hospital Borda, donde Jacobo Fijman se hallaba internado desde la década de 1940; publicado en la revista Crisis, Nº 11, marzo de 1974.
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