Mirala,
¿la ves? Sentada en plena noche, mirando para arriba como quien
contempla el cielo. Respirando profundo, pausado, para sosegar la cabeza
y el cuerpo. Estática, sola y a lo oscuro como quien piensa en calma o
como quien procura aplacar inquietudes.
Mirala, ¿la ves? Con
el cuerpo repleto de susto. Ni pavura, ni desazón, ni desarraigo. Susto
puro. Susto llano. Ese temor que recorre de lado a lado, que alimenta e
intranquiliza. Ese susto primario y primitivo que despierta todas las
terminales nerviosas. Esa mezcla de ansiedad, curiosidad y miedo que
despabila los sentidos y eriza la piel. No es terror, no inmoviliza, no
estanca. Es susto. Ese susto que, como las cosquillas mansas, la
vuelve alerta y receptiva, lista para todo aquello que promete
sorprenderla y desbordarla…
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