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Editorial Dunken - Librería on line

lunes, 28 de septiembre de 2009

Esclavos del destino



Cuentan estas letras la sensación de estos días.
A veces muero y a veces te odio.
Cuentan la sensación de estar perdida.
De los días que se esfuman en desolación.
De sentirme seca y sedienta de no ser, tan solo parecer.
Cuánto amor puede uno no dar. Cuánto..
Tanta reserva en nuestras almas. Una maldición.
Esclavos del destino.
Enclaustrados al tormento.
Al hastío de los días, a la resonancia de los tiempos.
A la superficialidad maldita. A la gente sin rumbo.
Al otro lado del mundo, al otro lado en que nadie respira.
Otras perspectivas desconocidas.
Otras maneras de amar.
Amar a muchos y a muchas.
O amar con dolor. Amar con ternura inaccesible.
Amar con sumisión, con sacrificio.
Amar con augurio, amar en la oscuridad.
Sutileza exquisita de estas notas sombrías.
De la música que emana de mi al verte.
El deseo de fugarme lejos y cerca. El deseo de posesión.
Pero... una vez más. ¿Amor o qué?
¿Qué hacer?
¡Qué elección profunda y repentina!
Si bien mi vida es monótona en picada.
Si es para otros quizá lo que debiera ser.
Para otros. Para mí no es suficiente.
No ha sido suficiente. No lo es. Nunca lo ha sido.
Y vos, una silueta repentina que desahoga mis días.
Sin embargo... en mi temor me alejo.
Soy cobarde, me revuelco en mi inseguridad al perderlo todo sin vos.
En perder aquello que jamás premedité. En lo que ya es casi desconocido.
Por eso, me voy a saborear lo que en el fondo he buscado…
Aunque no me alcance la vida para entenderlo.

2009 copyright © derechos Reservados

Para mi padre (en memoria)




En el invierno de 1999, mi padre, un hombre lleno de energía, de cincuenta y nueve años de edad, comenzó a escribir su autobiografía. Su deseo de expresar por escrito sus pensamientos y recuerdos llegó a ser casi una obsesión. En una ocasión rechazó una invitación a cenar diciéndome que tenía que trabajar en su libro. Yo me reí y le pregunté cuál era el apuro.
El apuro resultó ser un fuego interior. Terminó su libro a principios de diciembre, un mes después se descubrió que tenía Cáncer, y nueve meses después, había muerto. Del libro de mi padre: “He amado a mi familia, mis amigos, la naturaleza, los animales, la música, los libros y otras muchas cosas. Me será difícil decir adiós a mis seres queridos y a la belleza del mundo”. Leí por primera vez estas palabras rodeada de cajas para empaquetar en el cuarto de mi padre, al mes de su muerte. Traté de imaginar su rostro mientras leía, pero los recuerdos de los últimos dos meses, mientras se consumía lentamente, eran demasiado dolorosos y el sentimiento de pérdida era aún demasiado intenso. Cerré el libro, preguntándome si algún día me habría consolado lo suficiente como para volver a abrirlo. Una lluviosa tarde, cierto domingo, un año después que papá emprendiera el viaje definitivo, supe, de pronto, que había llegado el momento de recordar y de honrar su vida... y su muerte. También supe que era el momento de resignarme a la pérdida de la influencia más grande de mi vida. Durante un mes estuve revisando el cuaderno de notas que yo había llevado durante su enfermedad, y desde luego, el libro de mi padre. Al terminar de leerlos comprendí que papá ya no estaba perdido para mí; en alguna forma nueva y diferente, lo había recuperado para siempre. De mis notas: “Papá sigue asombrándome. Pese a lo que está ocurriendo en su cuerpo, (la enfermedad está aniquilando una función tras otra; hay una nueva pérdida cada día), sigue admirando la naturaleza y las pequeñas manifestaciones de vida que puede ver desde la ventana de su cuarto. Hay una gran Ficus enmarcado por el ventanal, y observa a los pájaros que vienen a posarse allí, o que desde allí remontan su vuelo. Hasta hace unos meses, se complacía en sentarse en el jardín trasero y arrojar miguitas de pan para alimentarlos... Sufre atrozmente, ya no puede sentarse porque se le dificulta la respiración. Hoy es el cumpleaños de su hermano, y con mucho trabajo, logró escribirle una nota. Algún día le contaré a mi tío del inimaginable esfuerzo que hizo su hermano para poder escribir esa nota. Una mañana en que abrí la ventana para renovar el aire del cuarto, me preguntó: ¿Está empezando a crecer el pasto? Aquella era una vieja broma entre él y yo. Cerré los ojos, y un recuerdo viejo, regresó a mí: Tengo cinco años de edad y he salido de casa en mitad de una noche de verano para ver crecer el pasto. De pronto, veo a mi papá a mi lado. En vez de enviarme de vuelta a la cama, viene conmigo. Yo nunca había estado levantada a esas horas, y me siento como en una gran aventura. Permanecemos allí sentados, en unas sillas blancas de jardín, escuchando cantar a las chicharras. “Mirá!” , dice mi papá señalándome una estrella fugaz, yo miro la luz en sus ojos... después me quedo dormida, con la cabeza apoyada en su falda. Aunque mi padre había aceptado su muerte inminente, yo no la había aceptado. Trataba de imaginar cómo curarlo. Él comprendió mi lucha, y como de costumbre me esperó para que yo lo alcanzara. Recuerdo con toda claridad la noche en que dejé de negarme a mi misma la gravedad de su estado. De mis notas: “Los tratamientos de radiación combinados con la quimioterapia, lo están matando, nos habían advertido que esto podía suceder, lentamente voy abandonando la esperanza de que vuelva a ser el de antes. Debo aceptar que va a morir.” Me di cuenta que él necesitaba hablar acerca de su vida, sostener el pasado como si fuese un globo y darle vueltas hasta que todos sus recuerdos surgieran a plena vista. Y así empezamos nuestra larga conversación final, añadiendo piezas al rompecabezas de la memoria, hasta que por fin, surgió un claro cuadro de su vida, a partir de los relatos dispersos. Y mientras hablábamos, mi papá se iba sintiendo más fuerte, no en el sentido físico, sino en algo que tenía que ver con que él era una persona y no sólo un paciente. Del libro de mi padre: “No he olvidado como ser joven, todas las esperanzas y angustias y la abrumadora sensación de que todo lo que hagamos servirá para mejorar o arruinar nuestras vidas. No hay término medio cuando se es joven, en realidad, nunca lo hay cuando se mantiene el espíritu joven”. (Y él lo mantuvo así hasta el último minuto de vida, fue un eterno Peter Pan) Mientras yacía en su cama de enfermo, papá tuvo un sueño y se despertó convencido de que acababa de ver cómo un hombre caía desde un techo. Todo aquel día sus pensamientos giraron en torno a una imaginaria caída. Me preguntó si yo lo atraparía en caso de que cayese. Lo tranquilicé:”No tengas dudas, por supuesto que te agarraré si te caés!. Todos aquellos años, cuando yo crecía, vos me agarrabas cuando caía. Ahora me toca agarrarte a vos”.

2009 copyright © derechos Reservados


Recordaciones



Uno de los recuerdos más dulces asociados con mi infancia es ese personaje tan especial en mi vida: Mi Papá

Él, tan aventurero, alegre, cómplice, llenó mi vida con fantásticos cuentos y travesuras compartidas. Su comportamiento vivaz, compinche y jovial lo hacía integrarse a sus hijos como un chico más disfrutando de una tarde de sol o armando un barrilete. Recuerdo como revivía su misma infancia haciendo juguetes caseros armados por él, así era mi padre.

Entre las muchas cosas que evoco, una en especial me trae la nostalgia de su mágica presencia.
Eran esos días fragantes de glicinas y madreselvas de vacaciones en que, para salvarme de la odiosa siesta, (cumplida con rigurosidad por mi mamá), venía a buscarme para hacer esa tan esperada excursión.
Era nuestro gran secreto, nuestro plan. Todos los días a la misma hora, salíamos caminando de casa e íbamos a la estación del tren. En la vía mi papá ponía una moneda y veíamos como ese monstruo de hierro, grande y ruidoso, arrasaba con nuestro tesoro dejándolo finito y tibio como una hostia. En realidad, yo sólo era espectadora, porque ese juego “era cosa de grandes” y yo tenía prohibido pisar las vías. Sin embargo, la moneda de los prodigios quedaba en mi bolsillo como premio del día.

¡Cuántas historias como esta pasaron por mi niñez respaldadas por mi papá!...
Él se encargaba de hacer realidad mis sueños como quien saca palomas de una gran galera de mago. Y en nuestras largas caminatas de las siestas estivales cobraban vida todos los personajes de sus cuentos y me parecía transitar una hermosa ciudad de hadas... los árboles no eran árboles sino fantasmas, duendes, guerreros, gnomos.... y cuando ya mis piernas de niña no resistían más por el cansancio, vos, papá, inventabas juegos y trucos para distraerme. Así, el largo viaje se acortaba y el cansancio se desvanecía.

De regreso pasábamos por la plaza; – ¿Pa, me llevás a la hamaca? y así, remontándome en ella, el parque se convertía en una gran selva y la fuente era una cristalina cascada habitada por animales con los que protagonizábamos peligrosas aventuras, todas con final feliz.
Papá; cuando me dejabas en mi cama y te veía perderte por la puerta de mi cuarto, mi imaginación soñaba con las andanzas que compartiríamos al día siguiente...

Y recordándolo, mi mano acaricia nuestro tesoro: la moneda maravillosa.
El paso de los años encorvó tu figura, pero no pudo doblegar tu carácter hermosamente alegre. Sí, te convertiste en el “abu” y mis hijos disfrutaron con tu presencia.

Así, un luminoso día de noviembre, en que el verano ya se anunciaba, un ángel de luz vino a buscarte y te llevó muy junto a él, a ese lugar al que van “los buenos de este mundo”, y se elevó así tu alma con una profunda sonrisa de paz... para que nosotros no pudiéramos olvidarla jamás.

¡Cuánto te disfruté papá...!
Al verte yacer inmóvil se me ocurrió pensar: ¿En tu largo camino hacia la eternidad, correrás carreras con los ángeles? y me dieron ganas de llorar…


2009 copyright © derechos Reservados

lunes, 14 de septiembre de 2009

Cuando el silencio es ofrenda



Cuando la palabra no alcanza; cuando el silencio es ofrenda…

Caminás desgarrada por cada paso que das como si fueses un médico que tiene vedado desnudar a su paciente.
Cumplís tu condena (naciste estrellada) y sólo a él
te entregás; a esa voz que a tu voluntad doblega…

La carne abierta hace de tu cuerpo garganta, de tu andar salvaje melodía.
Caminás tratando de develar
el oculto sentido del destino.

Cada paso es caída. Cada paso la muerte acompaña tu latido, cada paso es salto, es abismo y averno…

Comprendés que la sed no cede y sediento tu grito: sangra tu garganta y ahoga tus pulmones.

Late solitario tu corazón, no hay oídos que lo escuchen que comprendan la música del desgarro sincero y de la muerte que asecha.
¡Clama tranquilos paisajes!

(que jamás verá)



Tenés moribundos los párpados.

Desoís despierta tan indigna exigencia, muy cercana a la furia, un temblor que hasta al
tuétano conmueve te obliga a continuar.
Decididas, certeras, unas huellas sin huella grabarán en la tierra el peso de tu paso.

Agobiada de espanto; el alma
desnudás y a la soledad la entregás…

2009 copyright © derechos Reservados

jueves, 10 de septiembre de 2009

Desaparecer...



Al menos a veces es lo que quisiera hacer: diluirme, perderme, evaporarme como la niebla. Me gustaría hacerlo sin tener que dar explicaciones (gastamos mucho tiempo de nuestra vida diciendo el porqué se actuó de una manera o porqué se hizo o dejó de hacer, porqué se dijo o se quedó a dormir en los labios,.. y hay un revolver que nos apunta cada día), simplemente salir por la puerta de adelante y de un portazo, tranquilo o vibrante, dejar todo atrás.


Ver el día como si nunca antes hubiese visto tanta luz, o las nubes, o la lluvia (aún no es tarde, nunca lo es). Pasear recorriendo las calles de cualquier pueblo, recordando y aprendiendo calles nuevas, rincones ocultos a la vida cotidiana. Descubrir que no sólo en la plaza aún hay niños que juegan y puestos que les regalan momentos de dulzura (efímeros pero intensos).


Me gustaría ser como mis sueños me permiten ser. Yo misma. No tener que hablar de oropeles sino de lo imponderable (aún a sabiendas de que cada cual tiene su criterio de lo que es o no importante). No tener que explicar si siento tristeza, tan sólo poder estar callada, abrazarme y llorar (o no llorar, pero sentir el calor de un abrazo); o hablar mil horas de cómo me siento, de lo que no entiendo.

Querría poder cantar por las calles sin que piensen que me faltan tornillos y aceite, o que por las noches debería dormir en un cuarto acolchado; tal vez sería más fácil y alegre el pensar que quizás cante porque soy feliz, y que no me coarto porque me gusta compartir la felicidad sin fecha de caducidad.
Disfrutar de cada momento, del ahora. No vislumbrar el futuro, ni las preocupaciones; ni abrir el cajón donde se guardan los recuerdos viejos, los fragmentos deshilachados de la vida. Permanecer todos los días en ese sentimiento de paz y calma (como si no hubiese gravedad capaz de atarme al suelo).
Poder cerrar los ojos sin miedo a que al abrirlos, todo cambie: el ritmo se acelere y se vuelva a perder el punto del caramelo.


Poder tomar tu mano y enseñarte la vida toda, con ojos nuevos!

2008 copyright © derechos Reservados

Un tazón de realidad



Se encuentra delante de vos, entre tus manos, y está gritando de abandono en cada palabra; se esfuerza tanto por calmarse que habla como en un susurro, de manera tan íntima como de sexo a sexo.
Luego, sin que te des cuenta, se cose el silencio sobre el hundimiento de los párpados (es la única manera que conoce para callar el dolor) y es en ese preciso momento cuando empieza a encogerse y desaparecer hasta de sí misma y se aleja con la pena sangrante, aquella que no se borra por más que cierre sus páginas.

A ella le gustaba esa intensidad,la sensación de seguridad y nido de tu abrazo, esa impresión de romanticismo en estado puro, esa cosa de ternura de hombre que le dabas con cuenta gotas cuando te sentías inspirado.

Qué voz más débil le sale, ¿lo notás?
Aún quedan restos de aquel “te quiero” entre sus páginas y se da cuenta que quizás el mañana no consuele tanto como el recuerdo del ayer. (Y a él se aferra, pobrecita…) Sólo percibe un acertijo, y una muda pregunta que jamás se atreverá a formular se diluye en su garganta recorriendo el esófago hasta hacerse fuego ardiente en sus entrañas.


Yo por mi parte me pregunto si hubiese bastado con decir que... pero bah, olvidemos las cuestiones para no seguir acumulándolas.
Sí, tal vez es mejor vivir en una ciudad nevada de olvido, de recuerdos agazapados esperando el momento para marcharse de la memoria, para salir caminando por su propio pie y hacerse presentes en la tierra de lo que jamás debió ser dicho.

No, no puede ser tampoco así porque los días... o quizás porque los miedos... no, tan sólo es porque ayer llovió. (Y fue la más intensa y demoledora lluvia de la historia de sus vidas)


Qué voz más quebrada se le escapa, ¿te das cuenta?. Se que es por la sorpresa de las palabras crueles e inesperadas y las olvidadas ternezas que alguna vez hubo y ella creyó; o tal vez por las frases lagartijas que reptan hasta la garganta... o aquellas que no se acaban de decir nunca….


Y me confesó que no termina de creerse aquello de que, si persiste en sus deseos, todos los viernes tendrá como un deja-vú, pero bah, olvidalo, quizás sea mejor que ella vuelva a contar estrellas y sea feliz de a ratos cuando la luna llena le regale un par de días al mes, su luz plateada sobre el río!


Como sea… Te cuento que acabás de servirle un buen tazón de realidad.


2008 copyright © derechos Reservados

viernes, 4 de septiembre de 2009

Sólo con vos




Lo que no se debe pensar, el arrebato y la duda de nuevo; paso las horas calentando y enfriando pensamientos y a veces los oigo quejarse como una tortuga vieja (me dicen un: dejá de pensarme y decidite). Entonces me digo un “atrévete”, dejá de plantearte la realidad en términos teóricos que a las nueve de la noche se encienden las luces de las calles.


Sí, cuando me pongo así se que prefiero que me eches de más y no de menos, pero ya sabés lo que cuesta empezar un vos
y yo, aunque para vos tenga el corazón en oferta; porque luego vienen la luna y el vértigo que hay antes de llegar a aquel mirador frente al río donde se va tan sólo para alimentarse de vida. Entonces, una décima de segundo después, siento que estamos tirando la casa por la ventana y aparece la risa esa que me sale, esa que es de duda, que es como el dolor de las guitarras.

De repente hay demasiadas personas y lugares,
el equilibrio es casi un milagro y abro la ventana y -¡mierda!, hoy es la víspera del día después y no soy más que una mueca que se mueve. Podría desaparecer, sí, pero al momento cierro los ojos y me encuentro enfrente de tu mirada y se que no, no puedo escapar, ni podría ser pez. Pero ¿ves?, tampoco voy viajando al encuentro por quedarme sentada en un parque de esos verdes, o tal vez azules…

Entonces de nuevo voy mutilando las palabras que nunca terminan de decir que yo... o que se va rompiendo el aire hasta hacerme un abrigo de esos que me envuelven
entera. Pero, como a veces ocurre en estos casos, todo me abisma más de lo que debería y la ropa me corta la respiración y otra vez me da miedo el futuro.

Luego suspiro y casi sin pensarlo, con
el vientre anudado y el miedo temblando entre las piernas, empiezo a caminar para decirte que mi corazón está en oferta y quiere más, pero sólo con vos.

2007 copyright © derechos Reservados




Agua, sal, mar...
Agua, sal, lágrimas...
Asfixia, terror, soledad.
El miedo a seguir y el miedo a parar.
Esta angustia vieja y renacida.
Esta soledad que llora sola y triste.
Esta desolación cansada de vacío
de espera estéril
de silencio, de frío...
Esta lucha cotidiana.
La esperanza cada día renovada
y cada noche enterrada.
¿Cuánto más puede el cuerpo soportar?
¿Cuánto más puede mi alma llorar?
¿Vale la pena?
¿Tiene sentido?
No lo se.
Mas hoy sólo quisiera no haber jamás existido...

2009 copyright © derechos Reservados

Lugubrosidad



Podría comenzar diciendo; no me toques en el lunar del desencuentro. No abuses de nuestros mudos diálogos y no dejes que el humo de tu cigarro me dibuje con palabras que sólo conocen el desvarío, porque queda mucho camino aún y ya no tengo tiempo.

Entonces me pongo a pensar que quizás los límites de mis decires, son los límites de mi universo, pero bien sabés cuánto odio los límites, y tal vez por eso me vienen a la mente fragmentos de cosas que nunca te dije. No sé porqué, a veces, nos costará tanto desnudar nuestros sentimientos y sin embargo también tenemos otros momentos en los que soltamos las palabras así, de golpe y sin miedo, tal vez como ahora hago (qué fácil parece, ¿no?, será porque la nada me rodea) puede que tan sólo escriba para decirte un "¡Lo inolvidable también se olvida!" O que dejaré de luchar… (Me siento tan cansada) o tal vez sea por eso de hablar antes de tiempo, o que tus actos duelen más que las patadas en el hígado y que me ignores es peor que una caída libre, pero ¿qué más da?, ya llega la unidad de crisis a mi encuentro en renovado embalaje ovalado y bicolor…

Aquí estoy ahora, llenándolo todo de letras y me desespera el querer decir más y tan sólo disponer de diez dedos de los cuales sólo utilizo cuatro para escribir; a veces me bloquea el que mis manos sean agua y vayan creando un ambiente de letargo, de soledad de a dos.

No haré ya más tornados en las tazas de café, no oleré el aroma triste de tu mirada, ni tendré un ataque de cuestiones en vano; en cambio, le sonreiré al miedo, me morderé un te amo, y esconderé el dolor entre letras y acentos mal ubicados.

Tal vez, nada más traspase las murallas que levanto para protegerme del miedo, mis manos –ya líquidas- se despeguen de las teclas y todo esto no sea más que un “Sonríe, la vida es bella”; porque puede ser que al cerrar los ojos compruebe, una vez más, que yo controlo la forma de mis penas aunque ahora la sostengan tus dedos escurridizos

Mientras tanto, llamalo como quieras... pero yo diría que se avecina un desencuentro mezclado con horas de lugubrosidad…


2009 copyright © derechos Reservados

miércoles, 2 de septiembre de 2009



Ni vos sos Hugh Jackman ni yo soy Julia Roberts, tal vez por eso, aunque no me gusta el gris y vos le escapás a los colores compartimos la misma miopía con distintas dioptrías.


Revolvés el café con tenedores, me secuestrás el insomnio y te ponés mi sweater de escribir, tal vez por eso compartimos no-tiempos en la vida. Esos no-tiempos donde el aire es tan denso como el agua de la pileta donde aprendimos a no ahogarnos, o donde el reloj que perdió sus manecillas con el último manotazo de aquella madrugada nos indica el momento exacto del suspiro.


Nuestro universo está lleno de vacío, hay lluvia en oferta y murmullos de guitarras. Hay un viento de música, el silbido del tren y una película que no te gustaría ver. Y si me adentro un poco más puedo sentir que el miedo me sale y se esconde debajo de la mesa ratona y mis ojos tienen ganas de ese reflejo que le devuelve tu sonrisa. Y se mi sumerjo un poco más (que no quiero), me vuelvo loca de mareo y me da por repetir aquellas palabras que me dicen que la vida está llena de destiempos y que vivo a contraluz.
Y no se porqué siempre tiene que haber un “pero” no comprendo que la vida siempre me quite lo que en principio me dio, o porqué a veces me escapo hasta de mis propios dedos antes que me den la caricia que tanto necesito y sólo los uso para marear el hielo del Fernet .

Tal vez porque esa música de Skay me dejo un algo en el alma y me tiemblan las manos si soy yo la que busca las tuyas y entonces los no-tiempos tuyos y míos se fusionan.


No importa en qué lugar del mundo conseguimos los daños porque si yo quiero crece en mi una deliciosa sensación de calma acunada por canciones como "Wish you were here" o "Stand by me" que el secreto de esto me lo dicho la vida en susurros y dejándome notitas en la mesa de luz con un “despabílate amor” y que si quiero me quedo con el aroma del mar o de las piñas del bosque aquel porque aquí no hay “rosas con espinas”, mientras tanto vos ponete tu remera del hombre araña que yo voy a pintar mi almohada del color de la LUNA porque estos no-tiempos nuestros invitan a la libertad y tal vez cuando nos despertemos todo eso se quede atrapado aquí!


2009 copyright © derechos Reservados

Volvamos atrás en el tiempo, ¿querés?. A las noches de amor y ronquidos, a aquella tarde de niebla indescriptible, (¿Recordás aquella tarde? Yo sí), o a esa puesta de sol que dolía de tan bella; al eje, a la esencia, a aquel momento en que nos miramos por primera vez con ojos nuevos descubriéndonos, o a las caricias asombradas. O mejor aún podrías darme un beso.

Juguemos por jugar a invertirnos los roles (vos poeta sin poesía y yo musa con enojos y melancolía), hablemos de libros y objetos, de las miradas que hay por todas partes o yo qué sé, tal vez sobran las palabras. Dale la vuelta a la ruleta (no importa si izquierda o derecha) o leé citas de Dolina. O, como a una fruta, tomame ahora que aún es temprano.


Vayamos directo a la montaña rusa que nos asusta, olvidemos los termómetros y démosle un sentido propio al calentamiento global, tomemos micros sin saber a dónde se dirigen (es necesario que a veces sea así…), o sentémonos en un banco desconocido. Colgate un cartel que diga “Se renta ” pero alquílate sólo conmigo, comete mis lágrimas que están a punto caramelo (¿Recordás aquellas lágrimas de aquella madrugada, ? Yo sí) o rindámonos agotados entre las sábanas revueltas. O mejor aún podrías darme otro te quiero.


A veces creo que debería amordazarte los ojos para que te aprendas mi olor, para que te estudies mi cuerpo poro a poro con la boca –mis manos, mi espalda, mi nariz, mis ojos cerrados y mi nuca, (justo allí donde se eriza toda)-, para que seamos almas unidas, para que no se duerman los sentidos y perdamos el precioso tiempo en estériles desacuerdos.

Yo no termino de acostumbrarme a la sensación invasora que me provoca tu aroma, a nuestras bocas curiosas, a ese juego que va de la punta de la lengua al lóbulo, a manos con ansias o a aquella línea que trazan tus ojos buscando los míos. Mi ritmo, palmo a palmo, se halla tratando de emular una canción del Indio y mis caderas te van bailando mientras mi prisa son besos locos de aprenderte de memoria, al tiempo que te siento latir sobre mi pecho.


Éramos, en los oídos, los primeros acordes de una canción que va de boca a boca (de la tuya a la mía), los blancos espacios entre renglones y la conquista de miradas; también éramos aquellos tonos rojizos que van de la ternura al deseo, las lenguas rebeldes que se buscan y juegan y una tarde de Sol que se oculta. Teníamos tatuadas en las pupilas metáforas de caricias, de espasmos… (¿dejamos ir todo eso o intentamos retenerlo?)


A veces creo que debería de meterte en mi valija para no perderme tu sabor en la distancia, para que desde el cuello se llegue a la locura, de la lengua al jadeo. Para que no te olvides de mis costas y mis golfos, para que tus pies dejen de dar vueltas por no encontrarse con mis mordiscos (suaves, siempre tiernos) y nos invada esa extraña impuntualidad que desespera relojes y anula alarmas de madrugada. Para que hagamos una huelga de “recordación” y olvidemos este agobio de reproches y malos entendidos. Si me querés y te quiero, ¿no es suficiente motivo?


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En la soledad de mi cama


A veces, por la noches, en la soledad de mi enorme cama, vuelvo la cara y te veo con tu mirada descansando en mí…

Tomo tu rostro entre mis manos y trato de retener ese momento eternamente, pero ¿dónde comienza la eternidad? ¿Acaso en el instante en que te siento temblando a mi lado? ¿o tal vez en ese fugaz segundo en que tu aliento y el mío se funden dejando salir el alma y cada cual atrapa la del otro haciéndola propia?

Tu alma y la mía entrelazadas, tan estrechamente unidas que simulan una sola. Viéndonos, la luna se regocija y confabula con las estrellas para regalarnos las más serena de las noches, la más perfecta armonía nocturna sólo para nosotros dos.

Más tarde, cuando me voy viajera por el camino de los sueños, tu mano me alcanza y te unís a mí en mi derrotero.

Y así fue como esa tarde de invierno, caminamos largo rato por la orilla del río, ese que a fuerza de visitarlo ya es tuyo y mío. Nos sentamos sobre el pasto seco por las heladas nocturnas y como dos adolescentes nos olvidamos del mundo y creamos el nuestro particular, donde nada entra y nada sale, donde vos y yo podemos ser y sentir al unísono.

El viento sopló de repente, nos envolvió con su frío, pero tu abrazo fue más fuerte y tu calor invadió mi cuerpo; nuestras miradas se cruzaron en muda comprensión, y sin dejar de mirarnos nos levantamos lentamente y en un nudo de brazos y caricias la urgencia nos ganó, corrimos hacia el refugio de aquel árbol añoso y gigantesco entre cuyas raíces retorcidas y olorosas hicimos el amor.

Y ya no hubo viento, ni río, ni frío… sólo tu amor y el mío, sólo dos cuerpos unidos en profunda comunión entre si y con el universo, los ojos siempre abiertos devorándonos con la mirada para que ni un detalle de la pasión que cada uno desataba en el otro se nos escapara, y después del amor reímos como sólo los locos pueden hacerlo, porque sólo ellos en su mundo de realidades distorsionadas pueden permitirse semejante felicidad! Y fuimos felices, increíblemente felices!!!

Y nuevamente en la soledad de mi enorme cama comprendo, que una vez más, soy yo: la que sueño…


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