Para adquirir el libro NADIE SIENTE CON MI PIEL de Sandra A. González Saavedra (click abajo)



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Editorial Dunken - Librería on line

martes, 18 de mayo de 2010

El viaje definitivo




No hay mayor dolor que ver sufrir a quien amamos.

No hay peor tortura que ser espectador de su muerte lenta y dolorosa.

Asistir día a día al macabro espectáculo de la pérdida de una función tras otra.

Observar cómo se apaga la vida, cómo se enciende la muerte…

Contener el aliento cuando ese otro se hace chiquito, casi imperceptible.

Y volver a respirar cuando el pecho le aletea leve, pero diciendo ¡Aún ESTOY!

Más la sentencia fue dictada.

Es una guerra perdida de antemano.

Es cerrar los ojos implorando un milagro y abrirlos confirmando que nada ha cambiado…

Es mirarse muy hondo en los ojos del hermano, y reconocer en ellos el mismo dolor que sentimos, reflejado…

Es tener que tomar la más cruel de las decisiones y también la más sublime.

Es sepultar muy profundo el egoísmo y dejar lugar al amor más puro y despojado.

Es dar el permiso de marchar, el consentimiento para seguir los caminos de la naturaleza que reclama, es ayudar a partir y que el viaje sea suave…

Es buscar muy dentro el valor, el coraje necesario para que la mano no tiemble en el momento

Sagrado.

Es mantener la mente clara y el corazón enamorado.

Es entregarse al amor, y por amor, hacer lo necesario.

¡Y qué gloriosa paz cuando toda ha terminado!

Cuando en la cara que estaba transfigurada de dolor y de espanto, vemos el brillo difuso de esa Luz nueva que allí se ha acomodado.

Y en las lágrimas que brotan ya no hay sufrimiento sino sosiego…

Y en la mirada profunda en los ojos del hermano nos reconocemos de nuevo, pero en amor reflejados.

Y sabemos sin saber, que el viaje definitivo ha comenzado.


2010 copyright © derechos Reservados

Cuidar el amor




¿A dónde va el amor cuando se muere?


Te quise tanto…

Cada mañana traía la ilusión de un nuevo día juntos.

Cada noche traía la danza renovada de los sentidos y la certeza del sueño compartido.


Tus manos construyendo puentes entre tu sexo y el mío.

Mis ojos buscando los tuyos, tocando tu pelo, rozando tu piel…

Tu corazón latiendo muy fuerte junto al mío.


Y todo aquel derroche de amor y ternura, se hizo hogar…

Y luego hijos…que demasiado rápido aprendieron el arte de volar.

Casi sin darnos cuenta la temida apatía derribó las puertas e irrumpió triunfante
en tu vida y la mía.
Donde había puentes que antes nos unían
crecieron de a poco inmensos abismos…

Y la mañana no trajo consigo ya más esperanza.

Y la noche dejó de hacer música para nuestra danza, matando en cambio toda la certeza de dormir unidos en la tibia cama.

Con las puertas rotas y ella ya instalada
le mostró el camino a la indiferencia,
la rutina diaria, la monotonía
y a la intolerancia…

Y lo que era Vida, y lo que era llama
se trocó en silencios y en cama helada.
No hubo peleas, ni hubo discusiones, ni gritos, ni rabia.
Fue peor que eso, porque a la pasión
le siguió la nada…

Y ese transcurrir sin que nada altere la aparente calma;
Y ese respirar junto al latir cansado del alma,
semeja muy fuerte la muerte temprana.

Y el hogar de ayer huele a sepultura.

Y el calor de ayer hoy congela llamas.

Y aunque siempre dije que nada se muere
que tan sólo cambia…
Hoy debo admitir que me equivocaba.

Que el amor que hubo y que nos unía
se murió de pena al quedarse solo.
Se murió cansado, triste y desolado…

Se murió en la angustia, por no ser cuidado.

2010 copyright © derechos Reservados

Qué solos se quedan los muertos...


Con la pala al hombro, el sepulturero, silbando bajito, se perdió en las sombras.

Tras de sí quedaba tierra amontonada, y debajo de ella quien yo más amaba.

Tendida en el fondo del negro ataúd reposa su cuerpo…

Ese que fue nido, fue cuna y abrazo.

Ese que los años menguaron un poco, pero no lograron opacar su luz.

El sol ya se oculta.

El silencio aturde.

El frío de mayo penetra en los huesos.

Y en la soledad de aquel cementerio

la lluvia comienza a caer del cielo.

No puedo evitarlo por más que lo intento.

La horrible certeza se me clava dentro,

y es la de saber ¡qué solos se quedas los muertos…!

Mis manos ateridas se hunden en el barro.

La lluvia se lleva mis lágrimas y me ahoga el llanto.

Mas la vil pregunta que intento no hacerme

sube hasta mis labios y sale de mí en ronco gemido

que dice si es cierto, que tal vez

de frío se hielen sus huesos…

Mis manos se entierran en el negro barro,

Se clavan mis uñas hasta hacerse astillas contra la madera

de la horrible caja que encierra el cadáver de quien más amaba.

Con gusto mi vida quisiera entregar

a cambio de verla reír una vez más,

de cumplir su sueño,

de oírla cantar,

y de saber que nunca tan sola y tan fría

se quedará…


2010 copyright © derechos Reservados